Llegaron las fiestas de Navidad, y mi padre y yo las pasamos solos en casa, pero mucho más felices que otros años. A principio de enero aún caían las nieves. Las clases comenzaron y volví al instituto y al terminar, a mi trabajo .
Tony, mi padre, continuaba con sus actuaciones dedicadas y una fija en uno de los parques. Todavía le faltaba experiencia y oportunidad para demostrar que era un artista. Económicamente nos iba bien, pero él disfrutaba rasgando su guitarra y cantando por propinas en el parque central.
También seguía viendo a Zelda y aparentaba ser feliz. Por carnavales ella nos invitó a una fiesta de disfraces en su casa, y papá y yo fuimos juntos. Su casa era muy grande y moderna. El salón y el comedor en la planta baja estaban amueblados con muy buen gusto y todo eran luminoso gracias a los grandes ventanales de pared a pared que dejaba ver una bonita piscina.
Era evidente que Zelda era muy fiestera. Ni siquiera le presentó su familia a mi padre. No paraba de bailar con todos los invitados. Yo me divertía mucho bailando, cuando de pronto vi algo que me dejó pasmada ¡Zelda Mae coqueteaba con un invitado!¡Le abrazaba y le hablaba al oído! Estaba lo suficientemente cerca como para oír a Tony decir –¡Zelda!¿qué haces? Ella trató de disculparse, pero Tony se quedó dolido y celoso, así que abandonamos la fiesta.
Durante los días siguientes días papá apenas hablaba. A mi entender lo estaba pasando mal, aunque no se quejaba.
Mientras tanto Miguel me pidió una cita y acepté que viniera a casa. Jugamos vídeo juegos y nos divertimos mucho. Sin embargo aunque él buscaba un acercamiento, yo no podía relajarme, ni ser feliz sin dejar de pensar en la tristeza de mi padre. Tampoco quería que me sorprendiera con Miguel a solas en casa sin habérselo comentado primero. No quería darle otro disgusto. A pesar de mi dispersión, Miguel me pidió otra cita y acepté.
A los pocos días Tony recibió varias cartas de Zelda, y más tarde su llamada pidiéndole una segunda oportunidad, pero él seguía enfadado por lo que decidí intervenir.
Invité a Zelda a casa a cenar y Tony no tuvo otra que recibirla y escucharla.
Yo les veía como hablaban de música y se entusiasmaban a tal punto que alguno de los dos tocaba la guitarra, y cantaban. Otras veces la conversación giraba alrededor de la familia, de lo mucho que deseaban tener hijos. Esas dos cosas entre otras, excusaban a Zelda de lo que había hecho, y por eso siguieron saliendo y un día se hicieron novios.
De lo cual me alegré porque había descubierto que mi padre anhelaba crear una familia para mí, que tuviese hermanos, y alguien que velara por mí, si él me faltaba.
El tiempo diría si no se habían equivocado. Él era feliz y eso era suficiente, porque por encima de todo, estaba mi amor por mi padre.
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