Llegaste a mi de puntillas.
Cuanto traías, fuiste dejando.
A mis brazos te entregaste
con la fuerza del moribundo
atado de un hilo a la vida.
Me enseñaste las esquinas oscuras,
los callejones ciegos para cortar camino,
y así llegamos juntos al rincón de la euforia,
bajo la iluminación de las luciérnagas.
Allí tus manos crearon
y dibujaron historias en folios de mi piel,
cientos de pequeños tatuajes
que ilustraban la dicha de estar juntos.
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