Te até al cabecero de mi cama
con mi propio perfume
y con aquel pañuelo azul de seda
que te excitaba tanto.
Mis ojos te bebían.
Refrendando tus ganas
quebraba las barreras del respeto.
Saboreé tu piel.
La pellizqué y mordí, sonreías con dicha.
Y donde tu virilidad reposa
accedí a la anhelada reacción.
Entre brazos y piernas ya gimiendo
galopamos por horas imprecisas.
Vibraron los quejidos,
florecieron las lágrimas
anegando mi gozo, pues estaba soñando.
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