No sé que me pasa en noviembre, pero siempre me pongo un poco nostálgica. Creo que el que acabe un año de mi vida y comience otro, me provoca ésta necesidad de mirar atrás y pasar revista a lo que ha acontecido durante este pasado año. El diecinueve de noviembre amaneció como cualquier otro día.
En fin que este de noviembre a tan solo 5 días de mi nuevo nacimiento, no me propuse ninguna meta, ni propósito. De hecho, pensaba en la posibilidad de vivir el día a día porque quiero estar consciente del presente y poder mejorarlo, si se malogra.
Por eso lo único planificado era el ir a trabajar.
Un chubasco inesperado el día anterior había mojado mi pelo y mientras iba andando hasta Bilbao y sacaba algunas fotos, me percaté que el aspecto de mi cabello distaba mucho de estar acorde con el día de cielos tan azules que teníamos ese diecinueve de noviembre. Así que apreté la marcha hasta la peluquería.
La verdad y no paro de decirlo, aunque soy bastante vaga para ir a la peluquería, cuando sales de allí, tus energías se renuevan y te sientes una persona diferente en el buen sentido de la palabra, si la atención recibida ha sido satisfactoria.
Luego más tarde, en clases, mis alumnas se fijaron en mi corte de pelo y lo alabaron. Las clases fueron muy entretenidas y la satisfacción por el trabajo realizado se instaló en mi.
Al salir de clases, mi transporte favorito Metro Bilbao me recibió como todos los días y justo en ese momento recordé las Noches Poéticas. Supe que debía ir.
El ambiente bohemio del bar lleno de muchas caras conocidas, me dio la bienvenida y me alegré de estar allí. Supe que también era mi espacio, que es algo que me gusta hacer: disfrutar con artistas y otras personas con intereses afines, donde el arte se respira y hasta se bebe en combinados.
Siempre hay lectura de poemas, rapsodas, emociones compartidas, sentimientos desbordados. Siempre la piel de gallina al escuchar unos versos o la carcajada abierta cuando escuchas un sketch.
La emoción es tal, que te contamina y te da el empujón que necesitas para decidirte. Ese día improvisé una lectura y leí mi poema sin haberlo planificado, y aunque siempre hay algo de nervios, quedé satisfecha. Una batalla más ganada al miedo escénico.
Fue un día que merece la pena ser recordado. Nos vemos en los bares.
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