Solo los fines de semana, pasábamos juntos la mañana. Sin embargo, él parecía estar concentrado en aprender a tocar la guitarra y en ensayar sus canciones. Apenas hablaba conmigo y si le interrumpía, se enfadaba. Por esos días lucía mal humorado y distante, por ese motivo yo hacía las labores de casa, mis deberes escolares y luego leía algún libro.
Me entristecía su cambio repentino. Sentía que de alguna forma yo era culpable de su mal humor. Pensaba que el vivir en Sunset Valley no resultaba tan fácil como en principio habíamos pensado y que papá había vuelto por mí. No quería molestarle de ningún modo con lo cual evitaba estar con él en la misma habitación.
Así pasaron un par de semanas en las que pasaba la mayor parte del tiempo sola. Una tarde mientras rastrillaba las hojas del jardín, encontré unos escarabajos muy raros. Recordé que en clases alguien había comentado que las instituciones científicas pagan bien por varios insectos. Pensé que podría ganar algo de dinero atrapando los que encontrara y decidí dar una vuelta por el barrio para cazar otros.
Me alejé bastante de casa, pero la búsqueda fue provechosa. Logré encontrar unos cuantos escarabajos que luego pude vender. Sin embargo, cuando me di cuenta era tarde y debía volver a casa andando.
Cuando llegué, era horario del toque de queda para los adolescentes, pero aunque tuve suerte porque la policía no me pilló, papá había llegado. Estaba muy enfadado, me reprendió muy fuerte y me impuso un castigo: solo podría salir de casa para ir al colegio.
Nuestra relación se resintió mucho, pero días más tarde un suceso hizo que la situación cambiara.
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