Después de la muerte de mi madre mi padre siguió su carrera de músico y cantante. Durante un par de años continuamos en el pueblo, pero su carrera no remontaba. A penas ganaba para mantenernos. Actuaba en bodas, cumpleaños y en garitos de mala muerte.
La suerte no nos acompañaba, cada día era más difícil llegar a fin de mes. En una ocasión no tuvimos para pagar el alquiler por lo que nos echaron. Fue entonces cuando mi padre decidió viajar de pueblo en pueblo y no establecernos en ninguno por mucho tiempo.
Así crecí entre barracas de circo y caravanas. Disfrutaba de la libertad que tienen los niños cuyos padres no les pueden cuidar porque necesitan trabajar. Mientras vivimos con la gente del circo, todos eramos una gran familia y no corría ningún peligro. Por las mañanas iba al colegio y por las tardes, mientras mi padre actuaba, correteaba con los otros chiquillos que allí vivían. Algunos no iban a la escuela porque trabajaban en el circo. Yo les daba lecciones y les enseñaba a leer y a escribir, las sumas y las restas.
Durante un tiempo también disfruté de la compañía de los animales, aunque verlos enjaulados me encogía el corazón. Sentía la imperiosa necesidad de dejarlos salir. Solía visitar a una orangutana que había tenido una cría. Durante meses hacía mis deberes junto a la jaula. La observaba como amamantaba a su pequeño, mientras lo llevaba colgado de su pecho o su costado. Percibía la delicadeza que ella ponía al manipularlo y como le enseñaba lo que necesitaba saber. Las horas eran interminables mientras lo pasaba bien mirándoles.
Una tarde llegué junto a la jaula, pretendía hacer mis deberes, pero me sorprendí al ver que el pequeño orangután ya no estaba con su madre. Está era la viva imagen de la tristeza. Estaba sentada con los brazos cruzados y la cabeza gacha, los ojos tristes y una mueca en la boca, acompañaba sus gemidos. La desesperación me embargó y no sabía qué hacer. De pronto algo me hizo llegar hasta la puerta de la jaula y abrir el cerrojo. Entré en la jaula y con una manzana que había cogido en la entrada, le hice señas.
–Ven, bonita, ven –le dije sin dejar de mover la manzana para que la viera, mientras avanzaba de espaldas hacia la puerta.
Ella me siguió fuera de la jaula. Yo no dejaba de decirle "busca a tu bebé". Una vez fuera ella pareció entenderme y echó a correr en dirección a las caravanas. Corrí y vi como entraba en una de ellas. Casi enseguida se sintieron gritos. Había gente en las roulottes. Fui en dirección al griterío. Alguien gritaba a la orangutana desde fuera. Esta saltaba por encima de la mesa, el sofá y la cama, y chillaba con todas sus fuerzas mientras tiraba cosas. En un momento pareció calmarse y salió corriendo en dirección a las jaulas de los animales pequeños.
Todos corrieron tras ella, el cuidador de los animales, su mujer, el domador, un payaso, los chiquillos que por allí habían. Apenas se veía nada entre la polvareda que todos levantaban, parecía el mejor espectáculo de todos los creados en el circo. A la algarabía se unieron los chimpancés, las cacatúas, hasta el león que no estaba en escena pegó a rugir.
Me uní al grupo justo para llegar y ver como mi orangutana bonita se acercaba a su bebé enjaulado. Se agarró con gran fuerza a la parte delantera de la jaula y mientras tiraba, gritaba, en su forcejeo logró abrir la puerta que no tenia el cerrojo echado y entró. Corrió hacia su bebé quien la había reconocido. Unos segundos más tarde le amantaba tranquilamente.
Mientras observaba aquella imagen con satisfacción, alguien me agarró por el brazo. Era el cuidador de los animales. Sabía lo que yo había hecho dijo y que informaría a mi padre y al director del circo.
Esa fue la última tarde que me pude acercar a las jaulas de los animales. Esa fue la última vez que pude ver a bonita la orangutana. Me prohibieron acercarme a los animales y al final de la semana, mi padre y yo dejamos el circo. Nos habían echado.
A pesar de todos lo buenos momentos pasados en el circo, siempre recordaré con tristeza los animales enjaulados con sus caras tristes. Así que de cierta manera era feliz de ponernos en marcha nuevamente. Nos fuimos a otro pueblo a probar fortuna.
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