La mañana del 24 comenzaba con la música de casa de los vecinos como desayuno. Era el despertador para los dormilones como yo. La música nos llenaba de energía para realizar todas las tareas del día: la limpieza de la casa, la preparación de la comida. En ocasiones nos tocaba la matanza del cerdo y todo el trabajo que eso conllevaba. Era muy común que algunos vecinos vinieran ayudar en la matanza y la preparación de las carnes. La mañana se llenaba de chillidos de los animales sacrificados. De pequeña solía taparme los oídos, luego me acostumbré, aunque deseaba que todo fuera rápido. Todo era parte de la tradición. Los hombres se ocupaban de la labor más desagradable y las mujeres cocinaban. El ron era un invitado más y animaba a muchos.
Cuando llegaba la noche cada familia comía en su casa, pero cerca de la media noche unos visitaban a otros. Íbamos a casa de los vecinos y allí nos brindaban más comida y bebida. Amanecíamos varias familias en alguna de las casas bebiendo y bailando. Era una fiesta para despedir la última semana del año. Era la mejor noche del año porque compartíamos familiares, amigos y vecinos juntos tras haber degustado una buena cena.
Ahora que ya no estoy en mi Cuba natal extraño esas fiestas, pero sigo considerando la noche buena como una fiesta familiar en la que se cena mejor.
Felices fiestas.
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