son unos niños fantásticos y no es que lo diga yo, que soy su madre, sino también lo dicen sus maestros y todos los que les conocen, les quieren mucho. Mis niños son traviesos como todos, pero no le faltan el respeto a nadie. Les quiero con mi vida, sin embargo no me gusta soñar con ellos.
En ocasiones me pongo a pensar en mi futuro y me veo mayor, entrada en canas, delgada y arrugada, sentada junto a la chimenea de nuestra casa. Es invierno y estoy en una mecedora disfrutando del calor del fuego. Casi enseguida se acerca mi hija Sarita, la mayor, y me pone una manta en las piernas. –Para que estés calentita, mamá –me dice y me da un beso. Se aleja y la escucho hablar con su hermano Juan mientras preparan la comida. La pequeña Ana justo llega en ese momento, le oigo saludar a todos mientras abre la puerta. –¡Hola a todos! – y dirigiéndose a mi– ¿Donde está la abuela más guapa del mundo? Se acerca por detrás y me tapa los ojos con sus manos. Siempre será juguetona y traviesa como yo de niña. – ¿Quién soy? – Repite un par de veces hasta que le respondo –Eres tú, Anita, mi cielo. Se sienta a mis pies y comienza a hablarme de su trabajo y de su perro porque sé que tendrá un perro. Siempre le han gustado los perros. Hace un año nos encontramos un cachorro en la calle abandonado y ella se empeño en que lo trajéramos a casa y desde entonces Ruski vive con nosotros.
Pues sí, soy madre de tres, dos chicas y un chico y tengo un perro. Mi marido es marinero y casi siempre está navegando y yo cuido de mi casa y de mi familia lo mejor que puedo. El estar sola tanto tiempo a veces me genera intranquilidad y preocupación, pero luego veo que puedo solucionar mis pequeños problemas y me tranquilizo. Mis hijos son mi mayor tesoro. Soñar con mi vejez no me causa estrés, sin embargo cuando sueño con mis hijos es que me enfermo.
Una noche soñé con una de mis hijas y fue horrible. En mi sueño mi hija Anita era algo mayor, y estaba con amigos jugando en la orilla del río, corrían de un lado a otro lanzando una pelota. En dos ocasiones lanzaron la pelota al agua y uno de los chicos corrió al agua y nadó hasta alcanzar la pelota. Mientras esto soñaba recuerdo que me asusté muchísimo porque pensé que ¡Anita no sabía nadar! ¿Qué pasaría si se lanzaba al agua? Sentí el miedo recorrer todo mi cuerpo cuando vi como la pelota volvió a caer al agua y mi hija querida se lanzó a por ella. Caminó dentro del agua hasta donde pudo y cuando logró atrapar la pelota, se dio cuenta que el suelo cedía bajos sus pies. Comenzó entonces a bracear para llegar a la orilla, pero fue inútil. No sabía nadar. Le vi hundirse en el agua poco a poco mientras yo gritaba su nombre y en eso me desperté.
Temblando y empapada en sudor corrí a la cama de mi hija. Allí estaba durmiendo plácidamente. Mi coloqué las manos en el corazón –¡Oh dios gracias! ¡Ha sido solo un sueño! –Revisé a mis tres niños y luego me puse a preparar el desayuno aunque era solo las cinco. Había perdido el sueño.
–¿Qué pasa? ¿Por qué llora mi hija?–interpelé a la persona al otro lado del teléfono – ¿Y mi cuñada?
–Su cuñada no está. Está en el velatorio de Ana. Lo siento mucho.
Me quedé sobrecogida y comencé a llorar. La voz siguió contándome como Anita, mi sobrina había ido de excursión con sus amigos al rio y se había ahogado. Nadie se explica cómo ocurrieron las cosas porque ella sabía nadar. Mi sueño con mi hija se había cumplido en la persona de Ana, mi sobrina de dieciséis años. Por eso, no quiero soñar con mis hijos nunca más.
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